jueves, 4 de septiembre de 2014

Crítica de cine: Leather (2013)

Aunque el título pueda indicarnos erróneamente que tiene una temática "leather" dentro del cine gay, no hay que dejarse engañar, pues su argumento dista mucho de lo que se puede pensar.

En la película encontramos a Birch, un hombre que vive en una cabaña en las montañas, cabaña que comparte con un anciano que hace de su mentor llamado Walter, quien tiene un hijo gay que desapareció años atrás y ahora lleva una cómoda vida en la gran ciudad. Birch y Walter llevan una vida tranquila con una gran amistad mientras pasan el tiempo pescando, cazando y haciendo objetos de piel. Andrew volverá al lugar donde creció con su novio Kyle cuando muera su padre para arreglar todo el papeleo como único descendiente, para encontrar que su viejo amigo de la infancia Birch ocupo su lugar en los últimos años de vida de Walter.


La película explora el dolor de las familias rotas y el arrepentimiento del pasado de los protagonistas, sobre todo con la sombra del padre planeando en dos protagonistas con un peso del pasado que nunca se llega de dejar claro. El recuerdo es un gran protagonista aunque nunca haga acto explícito de presencia, y únicamente con las miradas de Andrew y Birch ya podemos entender que su relación de infancia tuvo más de lo que dicen públicamente. El punto cómico de Kyle es para mi gusto altamente innecesario, siendo ridículo en algunos momentos y poco creíble en su conjunto, en un intento de hacer burla del homosexual de ciudad que no está interesado en el campo. Andrew tendrá que escoger entre su pasado y su presente para encarar el futuro.



Dirigida por Patrick McGuinn no pasará la historia del cine queer, pero sí es una buena manera de pasar el rato con un historia original, que intenta ser un amago de Brokeback Mountain contemporáneo quedándose simplemente en un intento.




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